Manos húmedas

Publicado: octubre 16, 2017 en Uncategorized

Jesús Jank Curbelo / Fotos: Yaimí Ravelo

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De cierta manera la importunamos porque Rosita está exprimiendo ropa en el fregadero y saludar implica secarse las manos en un pañito, adecentarse y pedirnos disculpas porque hay cubos con ropa por todas partes; implica deslindarse, desatascar el fregadero de agua y poner a hacer café.

—Perdonen la incomodidad —nos dice—. Lo que pasa es que esta no es mi casa. Mi casa está en Paseo entre 27 y Zapata (Vedado).

—¿Y qué le pasó?

—Que estaba en malas condiciones. Y yo, como estoy operada, que ya tengo 14 operaciones, vinieron y me pusieron aquí.

Está sola en la casa. Le decimos que no se ocupe con la cafetera pero la pone al fuego.

La hornilla está al lado del fregadero y hay una sola ventana en la casa, en la pared detrás de la meseta, por la que pasa un hilo de luz mínimo. Son las tres de la tarde. Dos bombillos tajan la oscuridad.

—Estoy operada de apendicitis, de los ovarios, de un pólipo en la cabeza y de diátesis de los rectos: al no tener casi grasa en el cuerpo, los músculos de los rectos se me abren. Tengo mallas y tres presillas de seguridad. Y estoy operada, estoy operada, estoy operada… Catorce operaciones en este cuerpo donde tú me ves. Y soy migrañosa, y soy hipertensa. Pero tengo que seguir, porque…

Es oscura, nerviosa, muy delgada. Dice que tiene 55 años.

Nos da el café, taponea el fregadero, abre la llave y agarra de un cubo algunas piezas de ropa.

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—Cuando fueron a sacar a la gente de Paseo y Zapata, yo estaba recién operada. Tuve que pedir que me dieran otro local, porque el que me dieron era una cosita así. Chiquitico, estrechito, estrechito, en 15 y B. Si aquí este es chiquito, aquel estaba mucho más chiquito. Entonces valoraron: despreocúpese. Y me mandaron pa’ acá.

«Aquí vivimos cuatro. Mi esposo, mis dos hijos, y yo».

Sale hasta el patio común del albergue y nos muestra un lavadero.

—Él tenía la pila medio mala. Dijeron que iban a arreglarla, pero al final el arreglo de la pila quedó en que lo clausuraron. Nunca se usó ese lavadero. Entonces donde mismo tú elaboras los alimentos, tú tienes que estar enjugando la ropa. Porque no tienes un vertedero donde tú puedas enjuagar, ¿entiendes? Y no debe de ser. Porque eso es colectivo, y todo el mundo debería tener las posibilidades…

Tiende la ropa. Entramos.

La casa es un cubículo estrecho sin división entre sala y cocina; una escalera en medio de la sala y el baño en la cocina, a la derecha.

Arriba, dice, en la barbacoa, tiene dos camas, un closet con ropas, y una docena de cajas cerradas desde hace nueve años con adornos, cubiertos; cajas húmedas que tienen dentro las maneras íntimas de su casa anterior.

—Cuando vine para aquí, esto no tenía ni corriente, ni una pila, nada. Todo he tenido yo que ir desbaratando de allá para ir armando aquí. Y tuve que instalar dos tanques de agua, porque aquí había que hacer cola para coger agua en una pilita chiquitica que entraba directo de la calle, porque no había cisterna. Así nos pasamos tres años. Sin dormir, vigilando el agua.

Dentro del baño hay el espacio exacto para la lavadora y dos personas.

—¿No ves? ¿Dónde voy a montar un lavadero? Aquí no hay capacidad. Tengo que enjuagar en el fregadero, llevar la ropa de nuevo pa’ dentro de la centrífuga, y así sucesivamente.

«En eso estoy desde por la mañana. Desde las siete de la mañana. Y tengo que terminar para almorzar, porque ahora tengo que esterilizar eso para elaborar los alimentos, porque como quiera que sea es detergente y agua sucia de la ropa sucia, ¿entiendes? Y ahí mismo tú tienes que cepillarte los dientes, porque no hay dónde hacerlo. Y eso que yo más, menos, he ido acomodando…».

Rosita era auxiliar pedagógica. Comenzó a padecer de la columna así que en el 2007 la ubicaron como recepcionista en la Unidad Básica de Industria Alimenticia del municipio Plaza.

Ahora lleva seis meses sin trabajar.

Los meses que han pasado desde su última intervención quirúrgica.

—No puedo estar mucho tiempo parada por el problema de la columna y de la cervical. Tengo que andar despacio. Por eso es que me he demorado tanto para lavar. Las manos no me ayudan…

—¿Qué tú le pides a la vida? —digo.

—Na’. Tener un cachito donde poner mis cosas.

Sale, tiende.

Mientras pase la luz por la ventana no va a llover.

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